miércoles, 25 de abril de 2012

Utopía









¿Qué tal si sueño por un rato con un Orden Universal nuevo -o diferente- que rechace de cuajo la inyección de prejuicios que nos envenena desde hace tanto tanto tiempo? Uno que no aparte al hombre de la naturaleza a pesar del genial avance tecnológico y todas sus bondades, que no lo prive - a pesar de ello- de la vida al aire libre y de los pequeños momentos donde lo único que trascienda esté relacionado directamente con lo afectivo, que el trabajo no sea otra cosa que un ingrediente más, que no exista el concepto "estrés" y que se recaude lo suficiente para llevar a cabo una vida digna. Que un día en la vida de una persona sea atravesar por una tarea que lo distinga según sus cualidades y que después lo que reste de tiempo sea aprovechado según los intereses de cada uno. Que las guerras sean sólo parte de un pasado muy remoto donde no hubo más remedio que marcar territorio y que una vez civilizados los hombres, no hubiera seguido dominando el poder y egoísmo de quienes hostigan hasta hoy a la humanidad en pleno siglo 21. ¿Sería mucho pedir? Puede ser, pero voy a imaginarlo: los valores fundamentales son "hechos" y no palabras que quedan en listas de espera olvidadas, "el bien" no tiene una culpa detrás, ¡por favor, odio esa culpa!, "el bien" es un deseo inherente al humano, tan natural como cristalino, pero ¡ojo!, sin adornos ni panfletos que distorsione lo que significa "el bien" en su más simple acepción. Que cuando lleguemos a una conclusión que nos satisfaga -sea en el área que fuere- demos un paso adelante acorde a ello sin tanta vuelta, ¡que las verdades universales sean realmente universales y las tengamos incorporadas desde que nacemos! Que dejemos de cuestionar lo que jamás podremos explicar racionalmente, ¡cuánto tiempo se pierde buscando el camino a transitar y cuánto tiempo perdido sin darnos cuenta que lo único que nos satisface es transitarlo. La intuición, a la querida y fantástica intuición es a la que habría que escuchar más... ella nos habla todo el tiempo, ¡siempre! y sin embargo qué poco la escuchamos. Donde cada conocimiento nuevo que incorporemos a nuestra sapiencia sea única y exclusivamente para aplicarlo a nuestra individualidad, que la cultura sea mucho más que acumular información, que sea una herramienta para entender el mundo, sólo así puede uno alimentar su ser de lo íntimo, de lo que somos como esencia única e irrepetible, de lo que al menos "creemos" que somos... También "eso que creemos ser" es relativo y aliena cuando nos dejamos envolver por las miles de preguntas que no tienen respuesta. Tanto como nos aleja de nosotros acatar las normas a la que estamos sometidos en este Orden Actual cuando intentan engañarnos con que "así como dicen ellos" es la única forma posible de existir. El equilibrio... el tan ansiado equilibrio es la mayor aspiración a alcanzar, con pautas generales pero aplicadas a mi esencia, a lo que para mí es vivir, aunque en realidad no sé si sé lo que para mí significa "vivir" ya lo descubrí...¿es posible saber qué es la vida para cada uno desde una perspectiva que nos satisfaga plenamente? No creo. Intuyo, simplemente intuyo que a veces lo que cae sobre mí al integrar este Orden, lo debo alejar, ignorar, pero luego hay fuerzas que buscan poseernos y no es sencillo tener la habilidad para escapar de ellas. Seducen, mienten, nos tientan, y caemos en sus garras. Respetar que solo me gusta lo que creo buscar aunque no esté segura. No me importa no estarlo, de eso sí estoy convencida. Ahora, si digo que me asfixia por completo este Orden Actual, ¿no estaría cayendo indefectiblemente en un pensamiento estéril?, ¡eso también me quita tiempo!, lo que no me place debe ser siempre menos importante de lo que disfruto segundo a segundo, ¡de ahí lo difícil del equilibrio!, porque si pierdo demasiado tiempo en pensar lo que no es bueno para mí no "vivo" lo que verdaderamente importa. En definitiva, vivo... me importa lo que me importa (acertada o no) y solo pido estar en la senda donde lo que encuentre me sea familiar, reconocible. Porque lo que veo es lo que "percibo" que está ahí y lo trascendente, supongo, es sentirme cómoda, a gusto, solo así podré distinguir lo propio de lo ajeno. Apreciar que adquiero experiencia valiosa, al menos en alguna de sus dimensiones para aplicarlo a mejorar el futuro y que el camino por el que voy tenga luz cuando deba estar iluminado y que cuando esté oscuro, árido o parezca intransitable logre la suficiente fuerza como para extraer de mí la mayor voluntad posible. Y que si debo luchar contra marea salga a buscar yo a la fuerza y que no espere que "ella" venga a mí como por arte de magia...¡la magia no existe! Ojalá no olvide nunca que el azar es una parte de la vida y que cuando lo que de mí no dependa busque someterme, lo pueda afrontar con actitud de superación. Que mi ser, mi alma en este mundo cambiante donde late lo efímero a corazón abierto, pueda gozar de esos segundos de luz que nos toca a todos. Que lo permanentemente falso pida auxilio, que no se deje oír, ¡que no exista! Que broten los acontecimientos con espontaneidad y sorpresivamente, que las sombras sean a veces lúdicas y se paseen por el borde de lo que se ve. Los matices... eso... que pueda ir viviendo entre matices, saltando de un sueño a otro sin pensar más allá que en el ahora, y que logre cada vez más alejarme de lo que no me interesa, que el Orden Actual -que es el que es- no me contamine, que "sea" sin mí, que apenas pueda conmigo.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Thunder

       Ull, fiel protagonista de la saga nórdica
-uno entre tantos- te elegí.
Y no es casualidad.
Entre todos ellos, como simpatizante quiero
arrodillarme ante tí.
Te ubicas en algún recóndito lugar de mi existencia
como amigo incondicional, vigilante, latente.
Me impregno de tu legado y respeto tus exageraciones
y vivencias.
Vanaglorio tu destreza,
tu osadía.
Noble hijo de Sif,  hijastro de Thor, me enorgullece
      honrar tu valentía.

viernes, 8 de octubre de 2010

La visita

El enfermero lo observó por la ventanilla. Guzmán le devolvía cada tanto una mirada fugaz y seguía caminando por aquella habitación de paredes acolchadas. Estaba muy enojado: no le dejaban tomar su preciado cafecito. Un simple café. Le resultaba inconcebible que algo por demás tan mínimo, tan elemental, le fuera negado. Es que entre ellos se guardaba un secreto incompartible y no encontraba la forma de sincerarse. Porque contar su verdad le daba miedo. Si alguien llega a enterarse de lo que hago ya me hubieran castigado y cómo… No puedo explicarles, no lo entenderían. Considerarían inapropiada mi conducta y de seguro se lo dirían a mamá. Justo a ella. No, cualquier intento de confesarlo, sería mi condena.

Y cómo lo extrañaba: el deseado «amarguito» era su único momento de intimidad; el café, y todo eso otro que lo acompañaba. No, sabía que debía callárselo. Bien que lo sabía.

Cada tanto, la suerte le llegaba y su guardián amigo le traía un café a escondidas. Bien humeante. Entonces Guzmán revivía… cómo revivía… De ahí su insistencia. Nada de lo que sucediera allí podía ser mejor que gozar esos escasos momentos.

Decían que la cafeína le irritaba las neuronas, que las suyas eran diferentes a las comunes y corrientes y que no convenía. Eso me quieren meter en la cabeza ellos, los hijos de puta de los médicos. ¡Y me quieren convencer con un «descafeinado»! No me van a agarrar de nabo. Ese no me sirve, no me hace el mismo efecto. Si supieran que es al revés… Qué idiotas.

Mil veces le imploró al enfermero que le mandara un «instantáneo» —uno solito, dale…no seas malo…—pero no había forma de convencerlo. Hacía meses que se lo venía negando.

La ronda de trabajo por las habitaciones era larga y a veces tediosa. Por eso, aquel día el enfermero se quedó un rato más frente a esa puerta: le divertían los movimientos de Guzmán. Daba vueltas en redondo con los brazos en alto mientras gritaba incongruencias que cada tanto mechaba con un «¡Saaale un café para dos!». Le resultaba entre gracioso y tierno verlo girar en redondo, mirando al techo en son de plegarias curiosas. Su locura no le quita lo que lleva de bandido. Le avisó que ese día no iba a tener suerte y que mejor se pidiera un té de tilo. Que se calmara. El otro seguía en su mundo y lo miraba de costado, haciéndose el tonto a ver si en una de esas lo convencía. El enfermero lo saludó apoyando una mano contra la reja, le regaló una sonrisa compasiva y siguió su ronda por el resto de las habitaciones.

A las tres era la hora de visita. Guzmán estaba pronto, muy prolijo, con su camisa roja de los domingos recién planchada, sentado en la mesa del salón principal. Nervioso, movía sus piernas como intentando un ritmo de zapateo, pegando fuerte contra el piso. Palmeaba a la vez sobre la mesa con ambas manos como si fuera un tambor. Fingiéndose distraído, sonreía hacia la puerta por la que se veía entrar la visita dominguera. Cuanta más gente entraba, más tamborileaba. Era como si alevosamente buscara llamar la atención de los que iban apareciendo. Cuando pegaba en la mesa, lo hacía como músico absorto en su inventiva y cada tanto husmeaba a ver si alguien lo estaba observando. No perdía oportunidad: si alguien se acercaba y lo saludaba, él hacía la pregunta de siempre: —¿No tenés un instantáneo para mí?... ¿Un cafecito para este buen hombre?

Ya era bien conocido por todos: le devolvían el saludo con la simpatía y comprensión de siempre, pero seguían buscando a sus parientes por el salón.

La madre llegó ese día un poco tarde. Lo vio sentadito esperando y se enterneció. Como si fuera su chiquito de siempre y no tuviera sobre sí cuarenta y cinco años. En cuanto la vio parada en la puerta, Guzmán se puso tieso al instante y dejó de palmear. Su rostro se transformó mientras se levantaba rápido en dirección contraria. Apoyó su frente contra el ventanal y allí quedó estancado, de espaldas. La madre se le acercó, cauta, y le dio un beso, pero él la ignoró.

—Vení, sentate aquí conmigo, Guz —le dijo ella, acariciándole suavemente la mejilla.

Guzmán, inmóvil, no emitió sonido. Volvió su vista al costado y se encontró con la mirada de Emilio, su mejor amigo allí dentro. Cara a cara, le hizo un gesto de irritación moviendo la cabeza despacito y al disimulo, mientras señalaba la presencia de su madre detrás suyo. Ella ya estaba sentada y había desplegado un mantelito con jugo y bizcochos para la merienda; con esa reconocible paciencia de las veces anteriores, lo esperaba.

El enfermero lo había visto todo. Se acercó a la ventana y le habló a Guzmán al oído. «Qué trabajo de manosanta…», pensó la madre. Sumiso y correcto, como un niño obediente, el paciente aceptó sin protestas ser llevado a la mesa y ahí quedó, sentado frente a la mujer. No la miró nunca. Estaba como prendado del cuadriculado del mantel, mientras comenzaba a contar cuadrado por cuadrado: uno, dos, tres…Enseguida tomó una magdalena y se la embuchó, masticando con la boca abierta, tragándola luego lo más rápido que pudo. Un sorbo del jugo de naranja, a levantarse y de nuevo junto al ventanal. «Manosanta» fue hacia él y lo sentó nuevamente frente a su madre.

—Vamos, vamos, Guzmán, mirá qué cosas ricas trajo tu madre… ¡apurate porque me las como yo, eh! ¿Somos amigos o no?

Cuando el cuadriculado del mantel ya lo llevaba por el número treinta, Guzmán todavía no había logrado levantar la cabeza para mirar a su madre. En sus gestos se notaba una fuerte impaciencia. Aún faltaban algunos minutos para que terminara la visita, cuando no aguantó más: se levantó de golpe y corrió rápido hacia la puerta. Escapó por el corredor, ansioso, apurado por llegar a su habitación.

—Ya lo conoce, Marta. Creo que esta vez va a ser mejor dejarlo tranquilo. No ha tenido una buena semana —dijo el enfermero, haciendo una seña de impotencia con las manos.

—Lo imaginé— suspiró la madre.


Envolvió la comida, cerró el pico de la botella de jugo y le dijo:

—Tomá, ¿se lo llevás a su cuarto después? Y decile que lo quiero mucho.

—Sí, sí, claro, quédese tranquila. Ya hablaré después con él.

Afuera, la madre se secó alguna lágrima; caminó lento hacia el auto, pensando qué estrategia usaría para la próxima vez. Hablaría primero con el médico tratante, pero ya sin demasiadas ilusiones.

Guzmán sin embargo se veía radiante. Y no tenía la menor preocupación. Estaba por llegar su tan añorado café; muy sentado en su pieza, lo esperaba sonriente.

Y «Manosanta» cumplió. Esa noche, al terminar su turno, le llevó a escondidas el deseado pocillo. Guzmán, feliz, tomó el café y le dio las gracias con un fuerte apretón en el hombro. Esperó cauteloso a escuchar el sonido que hacía la cerradura desde afuera al trancarse. Se quedó tranquilo. De seguro, su amigo ya se habría ido a controlar los otros cuartos. Nadie lo espiaba. En estas noches en particular, los barrotes son invisibles. Guzmán caminó hacia la ventana y la abrió; sacó su cabeza mirando inquieto entre los arbustos.

Ahí estás.

Sonrió al verla y agitó el brazo, llamándola. El corazón le latía fuerte.

Dale, Julia, apurate, entrá ahora que no hay nadie. Vení de una vez, mi amor, dame la mano y trepate rápido que tenemos poco tiempo. ¡Cómo te extrañaba, te adoro! Estoy mal si no te veo, sin abrazarte, sin tocarte… ¿Querés tomarte un cafecito bien caliente? Dejame que te lo preparo en un segundo y enseguida te como esa boca de un mordisco. ¿Me esperás, podrás aguantarte? Yo no sé si puedo: ¡estás tan linda!…

Tomó un vasito de plástico de la mesa de luz, echó cuidadosamente la mitad del café en él y lo presentó frente a su pocillo. Julia, probalo, está buenísimo. Vení, mi amor, acercate más.

Del otro lado de la puerta, «Manosanta», que volvía del final de la ronda, le echó el último vistazo a su amigo cafetero: estaba sentado en la cama, desnudo, con los ojos cerrados y una sonrisa celestial. Con lágrimas en los ojos que empezaron a caer, el enfermero vio a Guzmán levantarse e ir al centro de la pieza, bailando contento, y luego pasar del baile a la mesita, de la mesita al baile. Y más lloró todavía, cuando, entre sus idas y vueltas, lo veía beber un poco del vaso de plástico y otro poco del pocillo…

A esas alturas, el café ya se le había enfriado hace rato.

lunes, 26 de julio de 2010

Sueño y realidad

Una niña duerme y sueña que crece. Se suma así, al mundo  adulto, fascinada. Ese que tanto añoró observando a los mayores ir y venir a gusto y gana, tomando sus propias decisiones. La convirtieron en mujer: se siente libre.
Hoy, pide un receso para volver a soñar. Se duerme y es pequeña de nuevo. Vuela, canta, corre a su casa y juega y baila con sus amigos invisibles. Aquellos que la acompañaron a la hora de imaginar. Existen: en el sueño.
Despierta y vuelve a la supuesta realidad: esa inventada por nosotros, quienes creemos ser adultos. Lo somos, ¿no?...me pregunto mientras asumo mis responsabilidades con pereza.
Una sonrisa pícara me envuelve: soy aquella niña adulta, que entre sus tareas cotidianas intenta seguir jugando.
Y lo hace, sola, cantando. A veces. Otras, llora, sin saber porqué.

No le importa, ríe de nuevo y sigue.

sábado, 24 de julio de 2010

Rutina caliente

EL frío polar me lleva a prender la estufa a leña cuanto antes. Arrugo hojas de papel de diario, que voy cortando en pedazos desiguales y de forma desordenada. Veo molesta, cómo mis manos se van tiñendo de tinta negra, y mis uñas se pintan de un gris acerado. Una bola más apretada, otras más abiertas, van formando una torrecita endeble en el centro del fogón. Elijo unos palos finos, aquellos más resecos y sensibles a mi intención, y voy tapando con placer la blandura del papel fruncido. Formo una pirámide de madera que con cuidado procuro equilibrar para que no caiga insolente y me obligue a rehacer. Una vez convencida de mi obra y que el chasquido de un fósforo la hará estallar, procedo. Apuro a que la llamita cerosa del fósforo llegue cuanto antes a una puntita de papel que regalona sobresale de la torre. Invita generosa a que sea por ahí el desenlace. Comienza a verse un borde rojizo curvo que enseguida explota en llamita amarilla, hasta que toma por completo al resto de papel y ramas, coloreando de luz naranja el recoveco de ladrillos. Me apuro a tomar dos gruesos troncos y los deposito en cruz sobre la fogata triunfal, para que aprovechen de la primer pasión del fuego. Se unen fácilmente al viaje sin retorno. La unión sagrada de los leños pesados al resto y el “cric- crac” acogedor en mis oídos, me confirma el éxito. Todo es llama y brasa, me transporta a imaginar las noticias impresas del día anterior hechas humo, desapareciendo por el hueco de la chimenea, saludando al viento, despidiéndose.

jueves, 1 de julio de 2010

Tiró al blanco Pollock




















Me pregunto el porqué de los ¿porqué?
Y...porque sí, porque  las cosas no son de determinada manera de pura casualidad. Lo racional pega contra lo subjetivo, le dispara con un cañón, la bala pesada y pensada, bien dirigida, da en el blanco y destroza emociones, dejándolas por ahí tiradas por mil lados, sangrando. Hasta en los lugares más inverosímiles quedan esquirlas incrustadas Duele al quitarlas, a veces es mejor hacerlo uno mismo,  así al dolor lo vamos monitoreando.
Las juntamos en pedacitos para intentar pegarlas con algún elemento de ocasión que tengamos en el hogar.
A veces encontramos un elemento que une perfectamente las minúsculas piezas y no se notan las rajaduras, y otras, tenemos que hacer un "engrudo" casero con harina y agua: allí  se ven entonces, ciertas imperfecciones, es humano después de todo.
Pero no casual. La intención siempre nos acompaña.
No conviene olvidarlo, forjamos un camino que elegimos. - y si es al azar -, igualmente seremos responsables de sus consecuencias, de qué hacemos con lo que nos sucede frente a lo imprevisto.
¿Vamos a dejar que alguien nos dirija, nos diga que tenemos un destino prefijado, o le vamos a buscar la vuelta a los aconteceres para ser dueños de nosotros mismos?
Prefiero lo segundo, sin duda alguna.
El intento de pegar los pedacitos lo tenemos que hacer. ¿Porqué? Porque sí. Punto.

Hay quienes no, - cada cual trabaja los restos de sentimiento y pólvora a su manera -, y es comprensible, es difícil unir las piezas de forma prolija, con esmero y devoción, hasta lograr la armonía esperada con cada uno de los adminículos invisibles que poseemos.
Hay que tener el deseo de hacerlo, buena manualidad y voluntad por sobre todo.
Yo intento tener en casa un buen "Poxipol", pues además, la mayoría de las balas que se disparan salen de mis propias inseguridades, de mis miedos, del legado de mi infancia, de mí , y de nadie más.
Así que a pegar y dejarme de jo...
Y a pintar...que es casi mejor que andar pegando pedacitos de almas rotas.

Jackson Pollock, qué mejor que una pintura de este genio explosivo de su "Action Painting" para honrar a la creatividad que parte de los sentimientos y las emociones.
Vivió con  profundidad su amor por el arte y su porqué nunca fue difuso. No fue casual una sola gota de pintura sobre sus telas y lienzos...no había accidentes, cada rastro de pintura y color tenía un sentido.

sábado, 26 de junio de 2010

El lugar



Si quieres venir donde hay luz para compartir, trae tu propia llama.
Si quieres venir muerto, quédate allí donde no moleste tu nada.
Yo no tengo lo que piensas, sólo aquello que comprende al silencio,
pues de eso está hecho lo que es de a dos.

Perdido está el que acompañado siente el vacío del abismo,
acompañado está el que en solitario siente la presencia de sí mismo.

Crece alrededor lo que quiero ver, lo otro no importa,
es lugar ocupado que resiste lo valedero.
Si lo que para mí vale, lo ves tú, ven con tu luz,
que juntos en los momentos en que un alma necesita de otra,
la sintonía será perfecta y trascenderá el encuentro.

Lo otro, lo sin ruido, lo hueco,
estallará ante tí y ante mí,
pues no resistirá lo artificiosamente humano.