martes, 8 de septiembre de 2009

Instinto materno

"Siempre comiendo como una cerda", dijo su madre, mientras observaba despectivamente a su hija sentada en la silla con sus amplias y pesadas carnes cayendo a los costados. La niña, con su espalda encorvada por semejante peso en el abdomen, tirada hacia adelante se recostaba, apoyada con sus brazos en la mesa. Levantó rápidamente su rechoncha cara para mirarla con sus jóvenes ojos curiosamente llenos de odio adulto. Se clavaron en el rostro de esa madre, que simplemente devolvió el reiterado gesto que daba muestras de que nada de lo que la chiquilla pudiera estar sintiendo, le importaba demasiado.
"Ya lo séee mamá" dijo la obesa niña, mientras deglutía un enorme pedazo de torta de chocolate que había sobrado del cumpleaños de su hermano. "Ya me repetiste mil vecesssss lo sano del sabroso youghur que te estás tomando para no engordar.Tampoco me olvido cuando me lo metías a la fuerza en la boca, menos las arcadas que me provocaba el gusto ácido de ese líquido de mierda inmundo. No me lo olvido mássssssss! Dejame comer en paz!"

"Tu hermano puede comer lo que quiera, es flaco, pero vos, nena, así, vas a terminar siendo una desgraciada. ¿Quién te va a querer con ese cuerpo deforme? ¿No pensás que alcanza con las burlas permanentes de tus amigas? No puedo creer que no te importe!".
La pequeña pensó: lo que a mí me incomoda, seguramente ni lo sospecha, nunca le importó... no ve otra cosa en mí que mi cuerpo. Dale con la matraca, ¿lo único importante en esta vida para ella, es ser flaco y lindo?. Terminó ansiosamente de comer la torta, arrastró con el tenedor los restos de dulce de leche para llevárselos a la boca y saborearlos como si fuera la última comida que iba a tener frente a sí.
La madre, la miró despectivamente y no dijo más nada, bebió la última gota sana de la blanca y pura bebida dietética y al retirarse, le echó una mirada fría y vacía a ese cuerpo deforme que para ella, parecía ser la verguenza de su vida.

Porsupuesto que Anita lo percibía todo, no era nuevo, aunque gozaba aún del dejo dulzón que le quedaba en la boca de la torta mientras por dentro, su cuerpo iba asimilando al enemigo. La necesidad de ser aceptada, la iba a llevar a hacer su rutina de siempre: esperó diez minutos así lo ingerido llegaba al lugar indicado del esófago para que su maniobra de rutina fuera exitosa. Se levantó y robóticamente se dirigió al baño. Sus dedos llegaron hasta las amígdalas mientras las arcadas la dejaban casi sin respiración. De su boca comenzó a salir un líquido amarronado, que al ser llevado por el agua de la cisterna, alivió a la gorda estúpida que no tenía derecho a ser feliz.

Caminó hacia su cuarto, con el pecho dolorido pero con la paz de que esa ingesta no iba a colaborar con nuevos depósitos de grasa en su cuerpo. Pasó frente al cuarto de su madre, la observó desde la puerta, y la vio espléndida, recostada en su cama mirando la televisión. Le molestó verla linda, delgada y fuerte de ánimo. También meditó sobre el profundo odio que sentía hacia ella. "Mañana comeré el doble", pensó, así la martirizaría un poco más todavía.

El recuerdo del gusto a yoghur casero, el recuerdo de los malditos bichitos que crecieron con ella mientras su mamá se vanagloriaba de la bola blanca que se iba multiplicando en el pote, le revolvía el estómago de forma más profunda que sus provocadas arcadas diarias. Fue a la heladera, sacó el pote de helado y se sentó a comerlo, mientras miraba el reloj en su muñeca, para buscar el "timing" correcto para la futura evacuación. Luego de vaciar su estómago, pasó por la cocina buscando escapar de su casa, y cuando vio los bichitos no pudo evitar hacer lo que hacía tiempo venía pensando.

Cuando la madre llegó a su casa, el olor a leche cuajada inundó de golpe sus narinas. Una densa lámina blanca mezclada con restos de porcelana alfombraban el piso de la cocina. Fue al fondo y trajo un balde, el trapo de piso y comenzó a limpiar de forma ansiosa, no soportaba la mugre, pronto todo quedaría de nuevo impecable, y por ende todo en su vida volvería a ser perfecto.